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Jose Maria Iglesias „Revista de Arte „ – Año VII Nº 51

EI universo plástico de ZINGRAFF se nos presenta frecuentemente quebrado, afacetado, vertebrado y casi como recién compuesto ante nuestros ojos. Tal es su dinámica formal. Una dinámica que se basa en los grandes espacios, en las grandes superficies, que esperan verse invadidas por núcleos de formas, de franjas, que en ellas encontrarán su significación y contri buirán a dársela a toda la obra.

No es la de ZINGRAFF una pintura que a primera vista se nos imponga. Precisa de ser mirada con detenimiento, tratando de penetrar entre sus espacios, entre sus llenos y vacíos, para poder encontrar en cada obra su razón de existir. En cada obra, pues cada una de ellas posee su, digamos, propia individualidad. Las ordenaciones, a veces ortogonales, otras con

neas y ritmos diagonales a inclinados, poseen siempre una exacta medida en su duración, en su longitud. Apuntan y se detienen en el lugar justo. Establecen distancias. Crean desiertos, pe ro desiertos que están, como dice Malevitch, penetrados de la sensibilidad inobjetiva que lo lle na todo.

Si bien nos fijamos la lectura de un cuadro de ZINGRAFF ofrece múltiples puntos de vista, múltiples puntos de fuga también, si aplicamos la vieja terminología perspectivistica. En ocasio nes una simple línea viene a situar todo, es indicativa y al mismo tiempo hace que toda la com posición parezca flotar la flotabilidad, tan cara a los suprematistas— alcanzando una nueva dimensión que no es ilusionística, pero trasciende el plano.

Equilibrio. Este es el secreto de una pintura que prefiere centrarse en valores cromáticos claras, en proporcionadas y armónicas gradaciones. Hay así una luminosidad sin artificios, po ca frecuente en la pintura actual, y que en ZINGRAFF encuentra un intérprete de primer orden.