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Javier RUBIO, ABC Cultural Nº 49, 9. 0ctubre 1992

ZINGRAFF forma parte de esa minoría ireducible de pintores vinculados a los movimientos de vanguardia que, a principios de siglo, encontraron en la simplificación y la geometría una razón de ser, una manera de expresar mejor el pensar y el sentir de un tiempo nuevo. En el suprematismo. el cubismo y otros “ismos“ encontraron los seguidores del movimiento constructivista un fundamento y, desde entonces, la más depurada técnica acompaño siempre su labor. Zingraff se diferen cia de los constructivistas ya tradicionales en que incorpora dos elementos muy característicos: la poesía y el color Colores planos, a veces con gradaciones nostálgicas, distribuidos en grandes superficies. compuestos con rigor y rotos por unas franjas o “collages” lineales que animan el conjunto, que rompen la composición y, sin alterar el carácter geométrico del conjunto‘ vivifican la severidad de las superficies. El resultado es un hálito poético difícil de analizar, casi inaprensible, que surge de la suavidad de los tonos, de la sereni dad de las formas, de esos trazos multicolores, de la estudiada confrontación de los ángulos y de un elemento misterioso que el pintor distri buye en cada uno de los dieciocho cuadros. No es la primera, pero si. una de las raras ocasiones en que Zingraff se presenta en Ma drid individualmente, hasta el punto de que podríamos considerar esta muestra como un es treno, como un “manifiesto“ del constructivismo poético, como un recordatorio de esas leyes matemáticas que rigen la pintura, como un catálogo de soluciones posibles al eterno pro blema del espacio.

Ya advertía Luis Caruncho que este pintor utiliza la geometría “como un medio, no como un fin”, y quizá en este apartamento del cálculo frío y cerebral se encuentre el secreto de un atractivo más próximo a la realidad que el que encontramos (también existe) en la geo metría pura, menos aparente y fácil de captar para el contemplador no especializado.